En tal día como hoy, desde C. M. Galanas queremos recordar una curiosa historia, que tiene que ver con nuestro trabajo. En los años previos al inicio de la segunda guerra mundial, la presencia de mujeres en la industria de la aviación era mínima, apenas un uno por ciento de los trabajadores.

Cuando se desencadenó la II Guerra Mundial, las fabricas metalúrgicas del país se quedaron sin mano de obra masculina, debido principalmente al alistamiento en el ejército de los hombres estadounidenses. Cada vez era más difícil encontrar trabajadores para las fábricas, con lo que se empezó a contratar a mujeres para el desarrollo de trabajos que antes se consideraban como “masculinos”.

Tanto los empleadores, los medios de comunicación etc… animaban a las mujeres a que dejasen las tradicionales labores como amas de casa para empezar a trabajar en las fabricas del metal.

La necesidad económica y los buenos sueldos que se ofrecían, animaron a muchas mujeres a dar el paso, a formarse y a empezar a trabajar en la soldadura, esto hizo que muchas mujeres fuesen capaces de conseguir la ansiada independencia económica y un oficio para desarrollar su futuro. Todo se acabó, cuando finalizó la guerra y la mano de obra masculina volvió a la fábrica y los primeros despidos de las mujeres se consumaron.

A pesar de demostrar que una mujer podía desarrollar perfectamente el rol de soldadora, el hecho es que, en el momento de acabar la guerra, las mujeres tuvieron que volver a desarrollar los trabajos tradicionalmente femeninos o volver a ser amas de casa.

Por que, al fin al cabo, rara vez, detrás de las máscaras de metal y entre las chispas de soldar, aparece el rostro de una mujer. La soldadura es un oficio entendido para hombres sino por capacidad, al menos, por costumbre.